Segundo capítulo de The retribution of Mara Dyer

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Capítulo 2

El primer rostro que vi cuando abrí mis ojos fue el mío propio.

La pared frente a la cama de hierro tenía espejos. Como también lo estaban las paredes a mi izquierda y derecha, había cinco espejos o tal vez eran seis. No olía nada, escuchaba nada ni veía nada más que a mí misma.

Durante los pasados meses no había pasado mucho tiempo viéndome en espejos por mis propias razones. Ahora que se me forzaba a verme no podía creer que la chica a la que estaba viendo fuera yo. Mi cabello oscuro y grueso estaba dividido a la mitad, y colgaba flojo y soso sobre mis hombros. Mis labios estaban casi del mismo color que mi piel, como decir, blancos. Habían ángulos en mi rostro que nunca antes había visto. O tal vez no habían existido antes. Me veía como un fantasma, un cascarón, una extraña. Si mis padres me vieran nunca sabrían quién era.

Pero ellos nunca me veían. Ese era parte del problema. Eso era por lo que estaba aquí.

—Sí, nos vemos como la mierda —dijo una voz.

Dijo mi voz.

Pero yo no había hablado. Mis labios no se habían movido.

Me levanté de un brinco, mirando a mis infinitas reflexiones. Ellas me miraban, viéndose miedosas y precavidas al mismo tiempo.

—Aquí arriba.

La voz venía de arriba. Doblé mi cuello, el techo también tenía espejos. Vi mi reflejo en el espejo pero ésta, esta reflexión en específico, me sonreía. Incluso aunque yo no estaba sonriendo.

Así que, finalmente me había perdido.

—No aún —dijo mi reflejo, parecía entretenida—. Pero estás cerca.

— ¿Qué… qué es esto? —¿Una alucinación?

—No soy una alucinación —dijo mi reflejo—. Adivina de nuevo.

Bajé mi mirada por un momento, viendo alrededor del cuarto. Cada reflejo se daba la vuelta cuando yo lo hacía. Dios, esperaba estar soñando.

Miré de nuevo hacia arriba a mi reflejo. La chica en el espejo (supongo que era yo) ladeó su cabeza ligeramente hacia la izquierda.

—No lo estás. Estás en esa clase de espacio casi inconsciente. Lo cual debería hacerte sentir mejor sobre tu cordura.

Marginalmente.

—También deberías saber que hay sensores monitoreando nuestro pulso y latidos, así que sería mejor para ambas si te recostaras.

Moví mi cabeza buscando los monitores pero no vi ninguno. Escuché a la chica de todas maneras.

—Gracias —contestó—. Ese chico Wayne entra a examinarnos cuando nuestro ritmo cardíaco se eleva, y él realmente nos repulsa.

Sacudí mi cabeza, la funda de la almohada arrugándose con el movimiento. —No digas “nos”. Eso me asusta.

—Lo siento pero somos nosotras. Yo soy tú —dijo mi reflejo levantando una ceja—. Tampoco soy tu más grande fan por si no lo sabes.

He tenido sueños extraños. He tenido alucinaciones raras. Pero raro no empezaba a describir esto, lo que fuera que esto fuese. —Así que… ¿qué eres? Mi… ¿mi subconsciente o algo así?

—No puedes hablar con tu subconsciente. Eso es estúpido. Es más como, soy la parte de ti que está al tanto de las cosas incluso cuando tu no sabes que lo estás. Ella nos ha estado dando un montón de drogas, un montón de drogas, y ha apagado nuestro, lo siento, tu consciencia en algunas formas y realzado otras.

—¿”Ella” siendo…?

—La doctora Kells.

La máquina de al lado mío hizo un pitido fuerte cuando mi ritmo cardíaco se incrementó. Cerré los ojos, y una imagen de la doctora Kells se levantó en la oscuridad, acecharte sobre mí, tan cerca que podía ver pequeñas rupturas en las gruesas capas de lápiz labial. Abrí mis ojos para hacer que se fuera y me ví a mí misma en su lugar.

—¿Por cuánto tiempo he estado aquí? —pregunté en voz alta.

—Trece días —respondió la chica en el espejo.

Trece días. Ese era el tiempo que había sido prisionera de mi propio cuerpo, respondiendo preguntas a las que no quería responder y haciendo cosas que no quería hacer. Cada pensamiento y recuerdo estaba borroso, como si hubieran sido sofocados por algodón; yo, encerrada en lo que parecía el cuarto de un niño, dibujando una y otra vez una imagen de lo que solía ser mi rostro. Yo, extendiendo mi brazo obedientemente mientras Wayne, el asistente de la doctora Kells en tortura terapéutica, me sacaba sangre. Y yo, el primer día que desperté aquí, sostenida cautiva por las drogas y forzada a escuchar palabras que cambiaran mi vida.

—Has sido una participante en un estudio a ciegas, Mara.

Un experimento.

—Las razones por las que has sido seleccionada para este estudio son porque tienes una condición.

Porque soy diferente.

—Tu condición le ha causado dolor a la gente que amas.

Los he matado.

—Tratamos fuertemente de salvar a todos tus amigos… sólo no pudimos alcanzar a Noah Shaw.


Pero yo no he matado a Noah. No podría haberle matado.

—¿Dónde están? —le pregunté a mi reflejo. Ella parecía confusa, luego miró al espejo a mi derecha. Un sólo espejo normal, pensé, pero luego el vidrio se puso negro.

Una imagen de una niña, o de algo que una vez había sido una niña, se materializó en la negrura. Estaba arrodillada en una alfombra, su oscuro cabello caía sobre sus hombros desnudos cuando se inclinó sobre algo que no alcanzaba a ver. Su piel brillaba bronce, y sombre brincaban sobre su rostro. Ella estaba borrosa e indistinta, como si alguien hubiera lanzado un vaso de agua sobre una pintura de ella y los colores hubieran empezado a desvanecerse. Y entonces la chica levantó su barbilla y me miró directamente.

Era Rachel.

—Es sólo un juego, Mara — su voz estaba rasposa. Distorsionada. Cuando abrió su boca de nuevo, el único sonido que salió fue estática. Su sonrisa sólo una mancha blanca.

—¿Qué está mal con ella? —susurré, mirando la imagen parpadeante de Rachel en el vidrio.

—Nada está mal con ella. Quiero decir, además del hecho de que está muerta. Pero hay algo mal con tus recuerdos de ella. Eso es lo que estás viendo, tus recuerdos.

—¿Por qué se ve como —ni siquiera sabía cómo describirla— de esa manera?

—¿Lo parpadeante? Creo que son las velas. Nosotras tres las encendimos antes de sacar el tablero de Ouija. ¿No me digas que te has olvidado de eso?

—No, quiero decir, ella, ella se ve distorsionada —los brazos de Rachel se movieron frente a ella, pero sus manos estaban metidas en sombras y no podía ver lo que hacía. Entonces levantó una hacia su nariz. Su brazo terminaba en su muñeca.

La chica del espejo se encogió de hombros. —No lo sé. No todos tus recuerdos so como este. Mira a la izquierda.

Lo hice, esperando que el nuevo espejo al que miraba se pusiera negro también. No lo hizo, no en un inicio. Miré mi reflejo mientras las puntas de mi cabello se corrían de café oscuro a rojo, hasta que era totalmente rojo en las raíces. Mi cara se rellenó y se hizo redonda, y los ojos que me miraban desde el espejo eran los de Claire.

Claire se sentó y su imagen se partió, separada de la mía. Ella salió caminando de la bata blanca de hospital que yo vestía, y negros hilos se tejían alrededor de su pálido y pecoso cuerpo hasta que estuvo vestida con los jeans negros y el abultado abrigo que había estado usando la noche que fuimos al psiquiátrico. La luz brillante en el cuarto de espejos parpadeó y desapareció. Raíces rompieron el suelo de  concreto debajo de mi cama. Creciendo en árboles que tocaban el cierro.

Claire miró sobre su hombro hacia mí. —Oh Dios. Ya está asustada.

Cuando Claire habló, su voz era normal. No estaba borrosa, y no titilaba o se deformaba. Estaba completa.

—Tampoco sé lo que significa —el reflejo encima de mí dijo—. Jude es igual.

Mi boca se secó al sonido de su nombre. Subí mi mirada y seguí la suya a la pared con espejo a mi derecha; Jude apareció ahí. Lo vi parado en el centro de un jardín Zen recién cortado, con gente reunida, encorvada esparcida a su alrededor como rocas. Jamie y Stella estaban por sobre ellos. Él sostenía a Estella por su brillante cabellera negra. Podía ver las venas en sus manos, los poros de su piel. Cada rasgo, cada detalle de él estaba claro. Nítido. Sentí un destello de rabia.

—No lo hagas —dijo mi reflejo—. Nos despertarás.

—¿Y qué? —dije—. No quiero ver esto —. No quería volver a verlo nunca. Pero cuando miré de nuevo, había una imagen diferente de él en el espejo. Había sido empujado contra una pared blanca, una mano apretando su garganta. La mano me pertenecía.

Miré arriba al techo y a la chica en él. No quería recordar Horizontes, o lo que me había pasado desde entonces. Miré abajo a mis muñecas, a mis tobillos. Sin restricciones. —Sólo dime cómo salir.

—Ellos no necesitan restricciones para mantenernos encadenadas —dijo ella—. Las drogas lo hacen por ellos. Nos hacen dóciles. Obedientes. Pero ellos también nos están cambiando, creo. Todavía no se cómo, pero tiene que significar algo el que tus recuerdos de Rachel estén rotos pero tus memorias de Claire y Jude no lo están.

—¿Qué hay de mis hermanos? ¿Mis padres? —Y Noah, pensé pero no lo dije.

Mientras hablaba, imágenes de cada uno de ellos llenaba los espejos alrededor mío. Joseph estaba vestido con un traje con un bolsillo cuadrado, rodándole los ojos a alguien. Daniel se reía en su carro, haciéndome una cara desde detrás del volante. La imagen de mi madre la mostraba sentada en su cama, su laptop en su regazo, su rostro retraído y preocupado. Mi padre estaba sentado en su cama de hospital, comiendo un pedazo de pizza contrabandeado. Y Noah…

Los ojos de Noah estaban cerrados, pero respiraba. Dormido. Una de sus manos estaba cerrada en un puño semi cerrado por su cara, y su camiseta, la que tenía hoyos, estaba retorcida, exponiendo una pequeña parte de piel sobre sus boxers. Así era como se veía la mañana después de que le contara lo que estaba mal conmigo. Después de que descubrimos lo que estaba mal con nosotros.

No podía dejar de mirarlos, las personas a las que amaba, sonriendo y hablando y viviendo detrás de paneles plateados de vidrio. Pero mientras o hacía, me di cuenta de que algo no estaba bien. Miré de cerca a Noah. Estaba dormido, no se movía, lo que hizo finalmente más fácil el verlo para mí. Sus bordes estaban desteñidos. Borrosos. Miré de vuelta a las imágenes de mis padres, mis hermanos. Sus bordes estaban suaves también.

—Los estamos perdiendo, creo —dijo la chica—. No sé por qué, pero creo que Kells lo hace, y pienso que lo hace a propósito.

Sólo la escuchaba a medias. No podía dejar de mirar los espejos.

—No voy a volver a verlos, ¿verdad? —No era una pregunta.

—Mis fuentes dicen que no.

—Sabes —le dije—, eres una desgraciada.

—Bueno, eso explicaría por qué somos tan populares. Hablando de eso, Jamie y Stella también están aquí. En caso de que tuvieras curiosidad.

— ¿Los has visto?

Negó con su cabeza. —Pero Wayne mencionó a “Roth” una vez, y “Benicia” dos veces, a Kells. Y él habló de ellos en tiempo presente.

Me agrandé con alivio. Mi garganta se cerró y dolió y sentí como si fuera a llorar, pero las lágrimas no llegaron. —¿Qué hay de Noah? —la pregunta salió antes de que pudiera pensar si quería saber la respuesta.

La chica entendió. —Kells lo mencionó una vez.

Pero mi pregunta no había sido respondida. Y ahora tenía que saber. —Dime lo que ella dijo.

—Ella dijo —la chica no terminó su frase. Algo siseó e hizo click detrás de mí, y ella se puso tensa.

—¿Qué? —Pregunté—. ¿Qué dijo ella?

No me respondió. Cuando volvió a hablar, su voz temblaba. —Están aquí —dijo la chica y después se había ido.

Fuente: Mara Dyer en español

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